Segundos después de las nueve de la noche, la mítica melodía de los títulos finales de Blade Runner, compuesta por Vangelis para el inolvidable film, inundó los altavoces del Estadio Enrique Roca de Murcia, como prólogo y declaración de intenciones de lo que iba a ser el viaje por los días del Futuro Pasado en el que nos embarcaba Iron Maiden. A lo largo de poco menos de dos cortas horas de trayecto, la nave dirigida por Bruce Dickinson a la voz y Steve Harris al bajo, se presentó en los dominios de la antigua Grecia a Babilonia de Alejandro Magno, celebró los ritos de los druidas celtas en Irlanda, e hizo parada en el Japón feudal del periodo Edo, en la guerra de Crimea y en la malograda expedición Scott al Ártico, antes de vaticinar el futuro desolado por el calentamiento global que espera a nuestro planeta.
La gira de la Dama constituye una especie de continuación de los conciertos del año pasado que sirvieron de presentación a su último trabajo, Senjutsu, de inspiración en la cultura del país del Sol Naciente, que se mezcla con el clásico de 1986 Somewhere in Time, un disco que se benefició en su época del buen olfato de Harris para tomar ideas de cualquier moda vigente, en este caso, la aludida Blade Runner, y, también, Terminator, que hacían furor cuando dicho álbum vio la luz. Sin olvidar, por supuesto, a Lovecraft, presente siempre entre líneas en el disco ochentero. Dickinson hizo alguna cuchufleta dirigiéndose al público en tono jocoso para anunciar que la nave del tiempo nos permitía vivir de nuevo la presentación del disco japonés como si de su estreno se tratara. En concreto, tocaron cinco canciones de cada uno de estos trabajos, que alternaron con mucho oficio. Vaya por delante que la mezcla entre la estética cyberpunk del uno con la cultura tradicional japonesa del otro maridan a la perfección y los Maidens explotaron dicha simbiosis hasta la saciedad.
A lo largo de la velada intercalaron cinco selectos temas adicionales que permitieron recorrer otros tantos álbumes, de épocas que abarcan hasta el inicio de los noventa del siglo pasado. Aquí es donde la banda tenía más camino por recorrer, puesto que podían haber incluido dos cortes más, tirar de discos más recientes y menos trillados y cruzar el Rubicón de las dos horas de duración del recital. Con esta pizca de atrevimiento hubieran dejado completamente satisfecho a su público.
La salida al escenario bajo los acordes de Caught Somewhere in Time, seguida sin solución de continuidad por Strangers in a Strange Land, resultó apabullante, con el sexteto dándolo todo como en la mejor de sus épocas, y la concurrencia deshaciéndose las manos en aplausos. Acto seguido, presentaron un póker del mencionado Senjutsu. The Writing on the Wall, una especie de epopeya con el sabor del antiguo oeste, fue aclamada con fruición por los presentes. De las nuevas fue, sin duda, la que el público traía mejor preparada de casa. En las pantallas se proyectó un manga protagonizado por su mascota, Eddie el zombi, en versión motera. Days of Future Past es un corte clásico, puro Maidens, y The Time Machine vuelve sobre los temas místicos del Seventh Son of a Seventh Son. La épica rezumó en la puesta en escena de Death of the Celts, durante cuya ejecución los músicos se encargaron precisamente de desmentir el título y de reivindicar la inmortalidad de la cultura celta, bajo un lienzo de reminiscencias irlandesas, teñido de verde esmeralda. Las cuerdas la rompieron en esta canción.
Durante toda esta sección disfrutamos del Eddie Terminator, que salió a cazar a Bruce Dickinson ataviado con el sombrero del personaje de Star Wars, Cad Bane. Además, el decorado estuvo trufado de fechas de distintas épocas, al modo del condensador de fluzo de Regreso al Futuro. Lo que decía más arriba del olfato de Harris para encamarse con la cultura popular…
Entremedias sonó The Prisoner, uno de mis ojitos derechos, que puso boca abajo el recinto, con un Adrian Smith y un Dave Murray que se encontraron pletóricos y en su salsa. El primero de ellos merece una mención especial, puesto que fue amamantado por las musas a lo largo de toda la noche y esa inspiración la trasladó a su seis cuerdas. El segundo se encargó de seguirlo en perfecta armonía, circunstancia que deviene en uno de los aspectos más destacados del grupo, cual es la combinación de solos y melodías entre ambos, sin que se note interrupción alguna. No obstante, Smith parte la pana en relación con sus compañeros y dispone de una parte del escenario casi en exclusiva para él, sólo compartida por las correrías de Dickinson, entretanto el resto de mástiles se recrean en el lado opuesto.
El siguiente tramo del concierto lo inauguró Can I Play With Madness?, realmente agradecida en directo, sucedida por Heaven Can Wait, durante la cual Eddie y el cantante ajustaron las anteriores cuentas pendientes y dilucidaron a cañonazos su particular duelo. Obviamente ganó Dickinson, así que el cielo tendrá que esperar para él. Seguidamente el vocalista tuvo ocasión de hartarse de lanzar gorgoritos al caluroso cielo en Alexander The Great, antológico recuerdo a las hazañas del conquistador macedonio, y nos permitió vivir uno de los momentos más esperados, el batir del gong. No hubo incidencias al respecto, para alivio del batería Nicko McBrain, cuya maltrecha espalda ha sufrido las vicisitudes del directo en alguna otra ocasión.
El gran momento del guitarrista Janick Gers fue Fear of the Dark, tema que le permitió quedarse el escenario y los coros del público en exclusiva para él, mientras con el sutil acompañamiento de sus colegas trazaba los solos y dibujaba las melodías de otro de los clásicos de la banda, que fue recibido por la algarabía general. Finalmente, la Dama se puso los pelos de punta y se los tintó de colores para despedirse con el título que da nombre al grupo y a su primer disco, esa pincelada punky que es Iron Maiden. Un Eddie samurai ejecutó en directo el seppuku -el mal llamado harakiri-, antes de que los músicos salieran a saludar.
Tras la despedida ficticia de rigor, saltaron para tocar la apocalíptica Hell on Earth, posiblemente el gran corte del último disco, que recoge reminiscencias de los Maidens más virtuosos, como por ejemplo los de la Danza de la Muerte. Siguió el clásico rockero The Trooper, más inevitable que el villano de Marvel Thanos, aunque sin enfundarse el uniforme colonial británico por parte del vocalista, quien gustó más de la estética de Rick Deckard, el Blade Runner que Harrison Ford convirtió en inmortal -¿o fue al revés?-. El punto final vino de la mano de la agridulce Wasting Years, que al modo de What a Wonderful World de Louis Armstrong, deviene en un nostálgico canto al carpe diem, que se viene arriba en el estribillo y languidece en las estrofas. En todo caso remata la actuación en todo lo alto.
Respecto a la puesta en escena, se colgaron lonas por doquier en cada cambio de canción. También, como se ha apuntado, el zombi Eddie hizo varias apariciones y su historia se reprodujo en las pantallas a través de dibujos animados mangas. Dickinson se recorrió el escenario de arriba abajo y de izquierda a derecha, y Gers y Harris saltaron como posesos, al unísono o desacompasados. También se dispararon cañones de fuego verticales, una vez más como homenaje a la escena inicial de Blade Runner, cuando se presenta el edificio de la Tyrell Corporation, un antagonista más de la historia. No obstante, con todo, faltó la exuberancia a la que estamos acostumbrados últimamente, con grupos como Rammstein y Ghost.
Dejo para el final la polémica de la noche, que fue el sonido. Desde mi posición lo escuché muy bien, sobre todo la voz, aunque la línea del bajo me pareció eso, baja, para ser los Maidens. Las cuerdas acústicas de los guitarristas y Harris, que se lucían en alguna de las intros, sonaron deliciosas. Sin embargo, guitarras más ornamentadas como el riff de Wasting Years, no se distinguieron bien. Desde las gradas bajas hubo alguna queja mayor a la mía. En cualquier caso fueron borrones dentro de un magnífico recital a cargo de la Dama, que exhibió músculo ante sus fans y también sentido del humor.
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