La Gira de Teatros y Auditorios de Fito y los Fitipaldis pasó el viernes 24 de febrero por Sevilla donde dejaron una huella imborrable en la parroquia hispalense con un espectáculo apto para todos los públicos. De hecho se reconocía una miscelánea de espectadores similar a la del propio repertorio de los artistas, desde gente vestida para el Concierto de Año Nuevo de Viena hasta viejos rockeros, pasando por niños, parejas guapas de veinteañeros y puretas maduritos.
El lugar elegido, en el que caben poco más de tres mil personas, resultó el marco ideal para la intimista puesta en escena de la banda, que pudo explotar su vena más juguetona y también la más virtuosa, como si estuvieran tocando para un grupo de amigos, o en una fiesta familiar, aunque fuera una familia en la que se incluyeran hasta los primos en vigésimo grado. Por encima de todo cabe destacar tanto que la acústica del sitio resultó modélica, a partir de la tercera canción, todo hay que decirlo, puesto que en las dos primeras no elevaron lo suficiente el micrófono del cantante, así como que el ambiente teatral iba como anillo al dedo al recital que durante poco más de dos horas impartieron Fito y sus muchachos.
El espectáculo, que, asimismo, debía servir como presentación del último disco, Cada vez cadáver, resultó, no obstante, una excusa para repasar toda la obra de Fito y los Fitipaldis de una manera muy compensada, puesto que del nuevo trabajo no se ejecutaron más que cinco canciones. Igualmente no faltaron a la cita cuatro himnos, respectivamente, de Por la boca vive el pez y Antes de que cuente diez, las dos obras de su consagración, tras el pelotazo de Lo más lejos a tu lado, cuyos dos cortes más emblemáticos, por supuesto, también se unieron a la fiesta, como comentaremos más adelante.
Quizás la única mínima muesca en la actuación fue que el vocalista tenía la voz algo tomada, si bien no es éste un grupo en el que los alardes técnicos del cantante sean lo fundamental, ya que Fito destaca siempre por su carisma, su entrega, el manejo de la guitarra y la capacidad de interactuación con el público, que de eso ofrece toneladas. No obstante, una o dos coristas, como hacen los cantantes más veteranos habitualmente, podrían resultar de ayuda. Como anécdota, indicar que, cuando se dirigía al público, su timbre de voz ligeramente rota se parece muchísimo al de Luis Enrique Martínez, de manera que en la presentación de los músicos recordó lejanamente a las originales convocatorias cargadas de polémica del ex seleccionador, aunque en su agitada etapa nunca se le ocurriera plantarse en un teatro a publicar la lista de los elegidos.
El concierto se repartió en tres partes claramente diferenciadas, una primera en la que brilló un estilo folk y bluesero, a lo largo de un recorrido de nueve canciones que llegó hasta casi la mitad del mismo, durante la cual destacaron los cortes más sensibles que traía preparados la banda. De esta forma saltaron al escenario con Me acordé de ti y dieron paso a temas tales como la reconocible Fantasmas, el blues clásico A morir cantando y la melancólica Si me ves así, estos tres de su último trabajo, mezclados con algún clásico como A la luna se le ve la luz. En este tramo el grupo comenzó a exhibir las primeras pinceladas del virtuosismo de los Fitipaldis, que remataban la ejecución con solos instrumentales, a cargo del saxofonista de siempre, Javier Alzola, y de las nuevas adquisiciones, Jorge Arribas, a los mandos del acordeón. y Diego Galaz, del violín. Carlos Raya y el propio Fito, por su parte, se encargaban de dirigir las operaciones con sus tradicionales ritmos de guitarra, sus pegadizas melodías y también alguna exhibición con la seis cuerdas, sobre todo por parte del Fitipaldi Jefe, que se soltó la melena, nunca mejor dicho, con algún solo de calidad extrema. Tras poner el auditorio boca abajo con Catorce vidas son dos gatos dieron por concluido el primer acto.
En la segunda parte del concierto, trufada de un Jazz al estilo de película de Woody Allen, Fito y los suyos decidieron que había llegado la hora de pasarlo bien, formaron en el centro del escenario una especie de corro de la patata y se pusieron a contar chascarrillos mientras recordaban temas del primer disco del artista, Ojos de Serpiente y El Funeral, el cual, a pesar del título y de la temática, fue recibida entre el público con casi tantas carcajadas como aplausos. Además, interpretaron un tema del grupo Fetén, Fetén, integrado por los mencionados Arribas y Galaz, durante el cual los recientemente adquiridos Fitipaldis aprovecharon para exhibirse con la colaboración de un líder que mostró el orgullo por el talento de sus dos fichajes, de quienes se deshizo en halagos. En este tramo también destacó Boli Climent, el bajista, quien cambió su instrumento eléctrico por el contrabajo y, en comandita con el nuevo batería, Coqui Giménez, impulsó la interpretación de la banda con unos ritmos pegadizos que nos hicieron viajar del teatro de Sevilla a un club nocturno de Nueva Orleans. Con la ejecución de Cada vez cadáver, tema que da título al último álbum, se dio paso al tercio final de la actuación, sin duda la más esperada por propios y extraños.
En efecto, con Cielo Hermético, también de su último disco, se dio paso a la explosión de rock´n roll, a través de una sucesión de himnos clásicos de la banda. No estuvieron todos los que son pero si fueron todos los que estuvieron. Desde el punto de vista de este principesco servidor, se echó de menos A quemarropa, quizás la pieza más potente de este nuevo Cada vez cadáver, pero, en cualquier caso, la elección para este tramo, si pudo pecar de corta, fue ejemplar de contenido. Me equivocaría otra vez y La casa por el tejado pusieron el falso punto final a la actuación, que fue redondeada con dos bises, el primero de los cuales lo formaron Entre la espada y la pared y Soldadito marinero, y, el segundo, Por la boca vive el pez y Antes de que cuente diez. A estas alturas, el auditorio estaba patas arriba, Carlos Raya, Jorge Arribas y Diego Galaz se bajaban del escenario para pasearse entre el público, en el último anfiteatro alguien fue expulsado por un comportamiento presuntamente indeseable, y, entretanto, el respetable se lo pasaba bomba con unas cosas y con otras.
Fue el broche de oro a una magnífica actuación instrumental de una banda que en estos pequeños recitales sabe moverse como pez en el agua, perfectamente adaptada al ambiente íntimo gracias a la temática de sus letras y a los arreglos instrumentales de unos artistas que conjugan con esmero la formación musical y la experiencia que da la Universidad de la calle. En definitiva, tanto Fito como los Fitipaldis, distan mucho de encontrarse cadáveres, tal como nos intenta convencer el tenebroso título de su último trabajo. Contraviniendo al esqueleto de la portada, y, con las nuevas incorporaciones, están más vivos que nunca.
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