¿Habéis pensado alguna vez que lanzabais un pase de touchdown como Tom Brady, o ejecutabais un drive como Tiger Woods? No hablo de ganar la Superbowl, o el Masters de Augusta, sino sólo de un soplo de inspiración, de un momento sublime. Una espiral perfecta del balón almendrado que sale de la mano girando sobre su eje como un minúsculo satélite, en sincronización con la carrera del receptor, que lo acoge en sus manos como si acunara a un bebé; o una bola que vuela 300 metros y se posa sobre el centro de la calle, atinando en su objetivo con la precisión de una rapaz que atrapa a su presa. O quizás os motive más un mate en baloncesto con la violenta energía de LeBron; o un largo en la piscina con la elegancia de mariposa de Mireia. No hablo de fútbol, porque, quien más quien menos, todos tenemos en nuestro currículum algún gol por ahí o un paradón que, producto de un chispazo del talento innato, o fruto del beso efímero de una musa, se nos ha grabado a fuego en la memoria. Si lo que os gusta es escribir, pensad en un párrafo, unas líneas cristalinas y elocuentes como la prosa de García Márquez y, si os va más la actuación, poneros delante de la cámara tan intensitos como Joaquín Phoenix… bueno eso es pasarse; mejor sería jurar que jamás volveréis a pasar hambre, derramando la tierra de Tara de las manos, como Vivian Leigh en el papel Escarlata O´Hara.
Pues algo parecido me sucede con Mike Oldfield y su estilo elegante y fluido, sin aparente esfuerzo ni desmesura. Aunque fuera una sola vez, me encantaría encontrarle ese sonido a mi guitarra, la dulce cadencia de las notas en melodías, solos y arreglos, ya sean los expresados con potente distorsión o los tocados con la limpieza del agua de un manantial. No pido llenar un estadio con hordas de fanáticos coreando mis punteos como orcos de Moria, en un concierto difundido en los 5 continentes (6 con Zelandia). Me conformo con acariciar las cuerdas en la intimidad de mi escritorio bajo el único foco de mi móvil… Reflexiones existenciales aparte, hoy vengo a hablar de su Tubular Bells III, el decimoctavo trabajo del músico de Reading, que salió a la luz el 31 de agosto de 1998 y que, cuatro días más tarde, fue presentado en sociedad en Londres, en una actuación que sí fue retransmitida en todo el globo.
Aquel anochecer Mike Oldfield, acompañado de un pequeño batallón de ocho músicos y tres vocalistas, hacía acto de presencia sobre el escenario del londinense Horse Guards Parade, donde tuvo lugar la premiere del Tubular Bells III, modesta en comparación con la puesta de largo de su hermano mayor, la segunda parte, que se celebró en el Castillo de Edimburgo, con mucha más pompa, ejército de gaiteros incluido. Al anochecer, bajo una constante llovizna, como si el estreno del tema Man in the rain hubiera convocado al dios de la lluvia, el célebre músico y su banda hicieron un recorrido por las once canciones de su nuevo álbum, junto con tres de sus piezas más clásicas. Como anécdota, la interpretación fue interrumpida por un inoportuno apagón rondando la mitad del espectáculo.
Cuando se habla de Mike Oldfield, a modo de prólogo, resulta inevitable hacer mención a dos visionarios productores, Richard Branson y Simon Draper, que supieron descubrir un talento musical que se encontraba inmerso en una carrera un tanto azarosa, como, por otra parte, suele ocurrir con tantos otros artistas de la industria. Concretamente, sus primeros pasos musicales fueron en proyectos que no acabaron de cuajar, por lo que estuvo un tiempo dedicado a ser músico de sesión, esparciendo sus gotas de virtuosismo en los trabajos de otros autores, hasta que llegó la publicación de su primera obra, Tubullar Bells, en 1973, de la mano de los citados Branson y Draper, que tuvieron el buen ojo que les faltó a otros productores consagrados en aquella época. Los avispados emprendedores fundaron para la ocasión su nueva discográfica, Virgin Records, ante la falta de interés de otros sellos consolidados en sacar un disco eminentemente instrumental en el que el autor había tocado más de 20 instrumentos y que requirió la grabación de aproximadamente 2000 cintas de prueba. Al éxito inicial lo acompañó su inclusión en la película del Exorcista, a la que siempre estarán vinculadas las sutiles notas de la melodía principal, irremediablemente perturbadoras y tenebrosas desde que se celebró el matrimonio entre el film y la obra musical. Si no, que se lo digan a Íker Jiménez, el archifamoso divulgador del misterio y sucesos paranormales varios, que la tiene como una de sus músicas de cabecera.
Hagamos ahora una elipsis desde el lejano 1973 hasta los últimos estertores del siglo XX, obviando los dieciséis álbumes que el fecundo hombre orquesta publicó entremedias, para centrarnos en los antecedentes que rodean a Tubular Bells III. En los dos años anteriores al de la inauguración en el Horse Guards Parade, nuestro hombre se había trasladado a Ibiza donde practicó un concepto de la vida más disipado que el de sus primeros años en la arisca Albión, comportamiento que nadie que haya puesto los pies en las Pitiusas puede objetar en absoluto. Dicha estancia influyó decisivamente en este trabajo, que incluye constantes toques de música electrónica, tales como sintetizadores y samples, inspirados por los DJ de los locales de esparcimiento de la zona. Tal es así que, durante la presentación en directo, el precusionista Alasdair Malloy, sin duda poseído por el espíritu techno del disco, se mimetizó con el ambiente de una rave ibicenca, camisa blanca abierta incluida, y una actitud disfrutona en general, de la que fueron víctimas sus instrumentos, a los que golpeaba con entusiasmo fiestero.
De inicio ésta es la primera característica que resulta chocante de Tubular Bells III, la aparentemente extraña conversión a una nueva fe músical de un compositor que, en sus inicios en solitario, trabajaba el blues y el jazz de un modo experimental, para, posteriormente, coquetear con el pop durante la década de los ochenta. No obstante, también puede considerarse la lógica evolución de un artista abierto a las tendencias del momento, que, como contrapartida, consiguió una obra comercial que trascendió a ambientes discotequeros poco habituales para sus composiciones anteriores.
La estructura de este disco conceptual orbita en torno a dos partes diferenciadas, separadas por el tema Man in the Rain, que se utiliza como la bisagra entre ambos bloques, configuración que, sin duda, rescata el espíritu clásico de las dos caras del LP. A uno y otro lado de esta pieza se ubican una serie de cortes independientes aunque entrelazados entre sí que componen, en conjunto, una obra accesible, que permite la escucha de cada tema por separado, no obstante sus vínculos entre ellos, lo cual supone una clara ventaja a la hora de su difusión entre el público, más allá de su fanaticada habitual, frente a la extensión de más de veinte minutos de las suites del primer Tubular Bells.
El protagonista de la historia es ese hombre de la lluvia, que se ve obligado a dejar su vida atrás y desaparecer, lo que es una especie de trasunto de la estancia ibicenca del autor, que recurre a la socorrida máscara de la frustración del artista, aunque con una actitud impostada, al menos en parte, puesto que no lo persigue ningún fantasma del pasado, sino un supuesto desasosiego consecuencia del culto dionisiaco al que ha dedicado sus estancia en la Isla. En este caso el demonio interior no es más que su actitud materialista fruto de los excesos producidos por la dolce vita, que supuso una disrupción con el personaje místico que pretendía construir en otros trabajos como Voyager, por ejemplo, o el hombre que acude al reencuentro con la naturaleza en The Sounds From Distant Earth. Por lo tanto, con la intención de preservar su propia imagen, el álter ego de Oldfield se ve en la tesitura de huir, sin mirar atrás, evitando la tentación de echarse a perder, para regresar a sus raíces, al niño interior de la sexta canción que reclama su sitio y encuentra la paz definitiva en el tranquilo discurrir de los últimos segundos del disco, cuando el hombre de la lluvia recoge sus bártulos y se va con la música a otra parte.
Además de los sonidos techno encontramos en este disco otro tipo de influencias, como por ejemplo, la de Pink Floyd, de una manera sutil, en la incorporación de frases pronunciadas con voces antinaturales, o de sonidos ajenos a los propios instrumentos musicales, como los latidos del corazón o una suave melodía semejante a una brisa, que se va intercalando en algunas canciones como hilo conductor, ejecutada con copas de agua; o, más claramente, en el tema The Inner Child, como se desarrolla más adelante. Por otra parte, Mike Oldfield no sólo resulta deudor, sino también acreedor de inspiración ajena, puesto que una escucha tranquila nos permite descubrir la inspiración de este álbum en el Mylo Xyloto de Coldplay.
Las canciones incluidas en el álbum, según su orden de aparición, son las siguientes:
The Source of Secrets comienza con la introducción de la pieza original Tubular Bells, la hipnótica sucesión de notas que forman su reconocible melodía. Sin embargo, la incorporación de sonidos electrónicos que acompaña a las dos melodías de guitarra, la primera más limpia y la segunda distorsionada, dejan rápidamente atrás la sensación tenebrosa que produce el original y lo convierte en un corte mucho más animado. En esta canción también se presenta una lánguida letanía en hindi (idioma zambal de la zona de Filipinas) que reaparece durante el recorrido del disco en las pistas tercera y penúltima. Viene a decir algo así como “estamos problemas, ¿dónde te has metido?”.
The Watchful Eye es una canción completamente instrumental en la que se construyen unas nostálgica melodías de teclado y de una lenta guitarra bluesera sobre la brisa artificialmente creada.
Jewel in the Crown continúa los sonidos que se apuntaban en su predecesora, desplegando paulatinamente armonías de guitarra y teclados que, junto con la plegaria de las vocalistas, que repiten la frase en hindi, le dan un toque oriental muy sosegado al conjunto de la composición, como si se visitara un templo budista.
Outcast incorpora el sample de la percusión de Shadow of the Wall, tema del álbum Crises. Las omnipresentes progresiones de guitarra sientan las bases del tema más rockero del álbum. Una voz grave repite las palabras “out demon out”, “largo de aquí demonio”, con un timbre inquietante que expresa la intención de ejemplificar el exorcismo del artista, que retorna a su música más rockera para expulsar el demonio interior. Al fin y al cabo las raíces de su obra, y de su éxito, están ligadas indisolublemente a la película del Exorcista.
Serpent Dream es una fascinante canción mestiza, en la que el autor demuestra su maestría y virtuosismo con la guitarra clásica en una creación claramente hija de la estancia en España del autor, que se atreve con los ritmos del flamenco rematados con un solo de Oldfield muy reconocible. Sin duda es de los mejores temas de todo el trabajo.
The Inner Child. En este tema se desarrolla una melodía vocal que termina doblada por la guitarra, a la manera de The Great Gig in the Sky, de Pink Floyd, como adelantaba antes, si bien el acompañamiento es más suave y la ejecución de las voces menos desgarrada que en el corte de la Cara Oculta de la Luna, lo cual le da un matiz menos erótico. Esta canción cierra la primera parte del disco, ejecutando con la guitarra clásica la melodía principal.
Man in the Rain es un tema pop de estilo ochentero que sirve de obertura de la segunda parte del disco. Es la única composición con letra, a salvo de la letanía en hindi y de algunas frases aisladas en la última canción. Este tema ha sido acusado, no sin motivo, de ser una especie de remedo de Moonlight Shadow; de hecho las percusiones son también sampleadas del clásico del Crises y el timbre de ambas vocalistas, Maggie Reilly entonces, Cara Dillon ahora, es bastante similar. En contraposición, la circunstancia de que resulta tan familiar también tuvo sus ventajas, al convertirse en un clásico instantáneo. Con todo, resulta una composición más sofisticada que su precedesora y también es más sosegada y mansa; al fin y al cabo, quince años no pasan en balde. Además, entre sus virtudes se encuentra su perfecto encaje con la temática del álbum, que presenta la dicotomía entre el nuevo y el antiguo Oldfield, empujado a abandonar el lugar que musicalmente ha descrito y al que no pertenece, justo en la intersección entre las dos partes del disco.
De ahora en adelante se desarrollan otros temas diferentes, en los que el autor pretende la vuelta a sus orígentes.
The Top of the Morning se construye sobre una seductora melodía de piano al que se incorpora progresivamente una guitarra distorsionada que ejecuta una melodía enraizada con la tradición del foklore celta. Posteriormente se incluye una melodía de teclado, bajo una base rítmica techno, casi de canción de la Vuelta a España, que logra una innovadora fusión. Se trata de uno de mis cortes favoritos de la obra del autor de Reading, que consigue acudir con mucho talento al encuentro entre tradición y vanguardia.
Moonwatch mantiene, como la anterior, una bella melodía de piano, que cede el protagonismo a los solos de una guitarra blusera que lanza bendings al cielo para alcanzar unas notas deliciosamente estridentes.
Secrets retoma la canción inicial del disco en el que punto en aquélla se había quedado para dotar de coherencia interna el final y el principio del álbum. La introducción de Tubular Bells, con el acompañamiento techno y las vocalistas repitiendo la letanía en indi desembocan, sin solución de continuidad, en el siguiente tema.
Far Above the Clouds incorpora un sample del cierre del Tubular Bells aunque con tempo más rápido. Resulta muy potente en directo y mucho más interpretable que la canción madre, tal como sucedió en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012. De esta manera abre la posibilidad de disfrutar de la ejecución de un tema, el original, que en principio resulta poco apropiado para un espectáculo en vivo. Los latidos del corazón, la frase de los demonios y la voz por entonces infantil de la hija de Oldfield nos anuncian la despedida del protagonista hasta que las poderosas campanas rompen con la secuencia tranquila y apacible de esta segunda parte del álbum, para ceder paso a otro sólo de guitarra distorsionado, en la línea de Moonwatch. Los pacíficos cantos de los pajaritos y el campanario final también nos traen reminiscencias de Pink Floyd, concretamente, su High Hopes del Division Bell.
En conclusión, este es un álbum que a mí me gusta mucho y me resulta ciertamente mestizo e innovador en el enfoque de los lugares comunes del autor, que se redescubre en esta visita desde unos parámetros muy distintos al de su predecesor, mezclando vanguardia y tradición folklórica. Aunque recibiera peor acogida que sus hermanos, tuvo unos números de ventas bastante respetables. En todo caso, nos encontramos ante un disco recomendable y que permite una aproximación a la obra de Mike Oldfield para aquéllos que conozcan sus trabajos mucho más allá de la melodía principal del Exorcista y Moonlight Shadow… y cómo no, nos abre un interrogante: ¿por qué eres tan bueno Mike?
Os dejo el vídeo de su presentación en el Horse Guards Parade. Disfrutadlo tanto como Alasdair Malloy.
Traducciones del inglés propias y libres (como el autor)
(Portada) cortesía de https://www.coveralia.com/caratulas/Mike-Oldfield-Tubular-Bells-III-Interior-Frontal.php
1 Cortesía de https://www.flickr.com/photos/wallyg/300479337
2 Cortesía de https://www.flickr.com/photos/kmar/1223358107
3 Cortesia de https://pixabay.com/es/photos/ibiza-puesta-del-sol-mar-4706373/
4 Cortesía de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Admiralty_Extension_from_Horse_Guards_Parade_-_Sept_2006.jpg
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